Cuando llegué al campo, cerré los ojos y me tumbé.
Mi olfato captó el olor de la hierba mojada, la tierra mojada que había a mi alrededor. Poco a poco mis manos comenzaron a acariciar el suelo, tal y como hacían los niños cuando querían crear un angel sobre la nieve, y percibí el cosquilleo que la hierba me hacía en las palmas de las manos.
Una pequeña sonrisa se reflejó en mi rostro cuando abrí los ojos y vi a la pequeña mariquita corretear por mi brazo derecho, buscando un lugar donde poder descansar.
La cogí y la posé suavemente en mi dedo índice que moví en dirección al cielo. La mariquita se situó en la punta y sacó sus alas. Justo en ese momento se levantó un pequeña brisa y la mariquita voló siguiéndola como si ella le marcase el camino que debía seguir.
Miré alrededor y vi muchas flores de diferentes clases: lirios, margaritas, rosas silvestres, dientes de león...Olían muy bien y eran muy bonitas. No pude resistirme y sin pensármelo dos veces cogí una flor de cada clase y las metí dentro del libro que estaba leyendo para que se secasen.
Poco después crucé la vaya y me adentré en mi casa. Allí las saqué y las colgué boca abajo en el invernadero para que se secasen y mantuvieran el color.
Ha pasado un mes desde entonces y las flores secas se encuentran en la mesilla al lado de mi cama. Conservan el color de aquel día e incluso me parece que todavía huelen. Aquella tarde fue feliz.
soñadora
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